El derecho y Alfonsín

Reseña del libro Ahora Alfonsín, "Historia íntima de la campaña electoral que cambió la Argentina para siempre", de Rodrigo E. Andrade y Matías Méndez
Breve conversación con Rodrigo E. Andrade, uno de los autores. Alfonsín abrió la puerta para el período más largo de la vida democrática en Argentina,
-¿Qué opinión tenés del proceso institucional entonces? ¿Y qué cambios fueron sucediendo, en perspectiva? En contexto, el libro menciona muchos hechos de violencia, pese al advenimiento democrático.

 

La primera pregunta la interpreto de siguiente modo: Cuarenta años ininterrumpidos de democracia, sí, y con la singularidad de un periodo de enorme ampliación de derechos. La democracia tal como la conocíamos era una democracia siempre de baja intensidad sin alternancias, con vetos, con proscripciones, con exilios, con presos políticos, con una violencia política intestina fratricida en los 70, en la última democracia recuperada que fue la del ’73 a pesar del abrazo Perón – Balbín fue muy violenta, es decir la democracia siempre hasta 1983 había sido una democracia de baja intensidad.

Hasta la República Radical entre 1916 y 1930, que no tuvo alternancia. Entonces, el proceso de institucionalidad actual es el más virtuoso, sin duda, porque el círculo se cerró por completo. Por primera vez el peronismo perdió una presidencial y la perdió con un radical.

Por primera vez un radical le dio el bastón de mando y la banda a un presidente de otro partido y se dio que fue un peronista. Por primera vez un peronista pierde una elección siendo presidente de la República. Es un candidato del oficialismo peronista, pierde y entrega banda y bastón.

Por primera vez un peronista entrega banda y bastón a un presidente de otro signo político y es el caso un Presidente radical. Y así podríamos seguir con las singularidades.

Además, es que en el medio de este proceso de cuarenta años tuvimos una zozobra institucional de mucha relevancia, como fue la del 2001, y la pudimos superar con la clase política. La clase dirigente se puso los pantalones largos y salió adelante.

Y las primeras crisis que tuvimos, que fueron de otra índole, porque fueron crisis de índole más de estertores de los tiempos que terminaban, que fueron las crisis de Semana Santa, de Montecasero, de Villa Martelli y hasta la tragedia de la guerrilla entablada, también la civilidad a través de su presidente en Democracia pudo sortear el escollo.

Es decir que este como proceso institucional es el más virtuoso de nuestra historia, a lejos, siempre partiendo de la premisa que se analiza la historia a partir de 1912 y de la promulgación de la ley del sufragio universal secreto y obligatorio, naturalmente. Sumado a todo esto yo te diría que cuando hablo de la ampliación de derechos hablo de un hecho extremadamente relevante que sucedió ya hace muchos años, que cumplió próximo a cumplir su treinta en realidad, que es la reforma constitucional.

Nosotros tenemos una reforma por primera vez producto de un acuerdo político, un núcleo de coincidencias básicas que operativizó en gran medida Raúl Alfonsín con el Presidente en aquel momento de la Nación, que era un hombre del peronismo, y esa constitución incorporó muchísimas cosas que nosotros desconocíamos hasta ese momento y que hace una constitución progresista.

Por lo pronto artículos que tienen que ver con cuestiones ambientales, artículos que tienen que ver con cuestiones de los pueblos originarios, artículos que tienen que ver con el 42, con los derechos del consumidor, todo eso no existía.

Nosotros habíamos tenido dos constituciones previas, dos reformas previas, que la de 1949 y la de 1957. La de 1949 haya dado por tierra con la de 1953, pero debemos decir que la de 1949 fue de esa democracia de baja intensidad del primer peronismo, entonces no tuvo casi mirada alguna de los demás sectores políticos de la época.

Y la de 1957 fue con el no peronismo, digamos, el ’57 no tuvo ni siquiera constituyentes del peronismo, así que esta Constitución es mucho más importante, por cierto, los tratados internacionales y su rango constitucional, cosa que vos bien sabés, bueno, todo eso hace a que tengamos una Constitución en este período de recuperación democrática y restauración democrática mucho más inclusiva, mucho más de avanzada que la que teníamos hasta que se inició en 1983 este camino a la democracia.

 -¿Cómo fueron las etapas para escribir el libro?  ¿Qué desafíos encontraron?

El libro parte de un texto mío académico que era de una tesis de maestría en San Andrés a propósito de la primeridad de Alfonsín tomado como esta campaña, por eso también el corte epocal es breve, es del invierno de 1982 al 30 de octubre de 1983, ese es el disparador.

Después conversando con Matías producto de una amistad de años y de una relación de viejos con militantes de otros tiempos del radicalismo, nos propusimos llevarlo a un libro de divulgación, salimos a buscar editoriales, no nos fue muy bien, demoramos mucho en encontrar una, pero cuando la encontramos efectivamente fuimos y vinimos con varias. tuvimos reuniones personales, después tuvimos reuniones en Zoom, porque eran los tiempos del Zoom, y ya de la pandemia hasta que logramos finalmente encontrar a alguien que se conmovió con con el proyecto y puso el dinero y la voluntad de editarlo y un editor, y así salimos a la cancha, cosa que me llena de orgullo en relación a la escritura.

Lo trabajamos mucho con una guía bastante servida en bandeja, que era la cuestión de darle, más allá de algunos capítulos puntuales que marcamos en el inicio y que tienen que ver con contar primero el final, porque en definitiva todo el mundo sabe cómo terminó, después contar algo sobre la intimidad del candidato y su entorno, y luego sí meternos de lleno en lo que era el peronismo para poder explicar en gran medida a quién le ganó Alfonsín, pero después nos metimos en una especie de rock movie donde contamos día por día la campaña, o casi intentábamos semana a semana contar la campaña, que nos parecía que esa cosa espiralada iba a ser convocante. Un poco fue ese el mecanismo de escritura.

Sobre el tema de la publicidad laburo mucho más Matías, que conoce más del tema. Sobre el tema de la imagen también laburo mucho más Matías, porque conoce mucho más del tema y porque aparte tiene un libro editado sobre su abuelo que fue el fotógrafo de Perón, Fusco, así que hubo algunas cosas sobre las cuales debo decir que yo laburé mucho menos. Yo laburé mucho la investigación en hemerotecas, cosa que Matías también colaboró mucho y laburé mucho en la escritura, centralmente en la escritura.

-¿Cómo fue el proceso de apertura cultural? ¿Recordás un renacimiento en los 80s? El libro menciona algunos ejemplos, ¿Cómo fue su participación?

El tema cultural fue sin duda uno de los ejes de esa campaña porque primero había un viento epocal que ya hablaba del final de la dictadura, teatro abierto por ejemplo. Toda esa movida de teatro abierto que es interesantísima, que por ahí podés pescar algo si querés navegar en redes hay un muy buen documental que en su momento solía emitir Encuentro pero no recuerdo quién lo hizo,

Todo ese espacio de gente que estaba fuera del circuito comercial porque estaba prohibida, eran tiempos de prohibición, tiempos de dictadura, todo ese espacio de teatro abierto por ejemplo fue un espacio muy muy muy de vanguardia de ese momento estamos hablando del inicio de los ’80, pensemos que de 1980 a 1983 el gobierno militar cambia cuatro veces sus autoridades, en el ’80 está Videla, en el ’81 está Viola, hacia el ’82 ella cuando se entra al final del 81, entra Galtieri, dura poco porque la guerra se lo lleva puesto y después asume Bignone.

Bueno, esos cuatro presidentes durante ese período hay una apertura cultural muy fuerte, que es algo que se les escapa de las manos, no porque ellos sabrán culturalmente o dejen de prohibir o dejen de censurar. Después, en términos de la campaña, el grueso de la cultura se sintió interpelada por el discurso de Alfonsín.

Ahí Alfonsín, inteligentemente, tenía un núcleo de gente que se reunió a través de un espacio ajeno a la vida de los comités, que se llamaba Centro de Participación Política (CPP) que lidera un hombre que había estudiado en Francia, Jorge Roulet, un viejo dirigente estudiantil reformista que era ingeniero y que tenía la singularidad de haber sido decano interventor en los años del peronismo, del último peronismo, bajo un acuerdo que el propio Perón hizo con Balbín, una cosa una exquisitez de esas raras de la política pero que duró nada.

Bueno, Jorge Roulet fue el cerebro ahí de esto que se llama CPP, y ahí había un ámbito de encuentro grande de hombres y mujeres de la cultura, y estaba Cipe Linkowski, Aida Vornik, “Beto” Brandoni, Marcos Aguinis, Pacho O’Donnell, Enrique Vázquez, Santiago Kovadloff. Las mejores plumas de ese momento, aún hoy vigentes, ya muy mayores, por cierto, otros que ya fallecieron, pero que eran referentes culturales de mucho peso.

Del cine, por ejemplo, estaban los grandes cineastas del momento, muchos de ellos hasta participaron de la campaña, colaboraron, concurrieron a los actos, uno de ellos terminó siendo el director del instituto, que fue Manuel Antin, hay una gran medida.

Ni bien asume Alfonsín, que en febrero se deroga el Ente Calificador Cinematográfico que era una máquina de prohibir películas y de cortar películas, un papelón histórico argentino que duró muchísimos años y que era una máquina de censurar, con un personaje oscurísimo que se llamaba Miguel Paulino Tato, que es muy jugoso todo lo que hizo porque ha dejado un tendal de prohibiciones y de cosas extremadamente absurdas en la historia argentina en lo que refiere al cine.

Pero además de un enorme impulso con el programa cultural en barrios, llevar la cultura a la calle. Algo que no había sucedido nunca, el Estado con la cultura en la calle. Recitales al aire libre en Barrancas Belgrano, o en distintos parques públicos. Eso no existía previo a Alfonsín, es decir, eso nació con la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires, en tiempos en que no había autonomía porteña. El intendente era Julio César Saguier, el secretario de Cultura era Mario O’Donnell, y eso nació en esos tiempos.

Y después, el restablecimiento de las libertades públicas lo que conlleva naturalmente es a una mayor circulación de las ideas, por lo tanto la cultura siempre beneficiada. Un estallido de ediciones de libros, de discos, de muestras de arte que habían sido prohibidos, galeristas que se reencontraban, es decir, era un momento de un despertar cultural enorme, mucho de ello como estertor de los ’70.

Mucho de ello producto de la vuelta del exilio, mucho de ello producto del exilio interno, pero sin duda fue un momento de fluir de nuestra cultura, fue maravilloso y que dio pie a algunas cosas que ya venían encaminadas, una de ellas por ejemplo de la nueva trova rosarina que fue un fenómeno social del final de la dictadura maravilloso.

Pero después bueno todo el fenómeno cultural en torno a lo que significó Charly García a partir de los ’80 y la revolución musical que hace es decir hay realmente un gran reencuentro de la gente con sus hombres y mujeres de la cultura y por otro también una nueva expresión de la cultura en lo que refiere a la música que es como gana el público el espacio.

La música en los ’70 hasta la dictadura en una música donde los chicos iban a ver pasivamente a sus bandas en los 80 lo que pasa es que los chicos ganan escena con Suéter con los Twists más adelante si querés con Virus y con Soda Stéreo. Los chicos empiezan a ganar escena en los recitales cosa que antes no existía esa idea de moverse en un recital de rock no existía. No había concepto de eso.

 

Sobre la inestabilidad y la democracia

Dice el libro: “Ese mismo día, pero en Tribunales, los abogados del candidato, encabezados por Genaro Carrió, presentaron un escrito donde Alfonsín reiteraba la denuncia de “un pacto corporativo militar-sindical dirigido a impedir el restablecimiento de una genuina democracia, tanto en el terreno de las instituciones del Estado como en el de las organizaciones obreras”. Caracterizaba su planteo como eminentemente político, y subrayaba que “subalternizar esa cuestión” era pretender “reducirla a una querella criminal entre dos individuos”.

Finalmente, reafirmó que constituía uno de los temas centrales de la “lucha electoral”. Por esas horas, las querellas individuales ya sumaban a tres popes de las 62: el petrolero Diego Ibáñez, el metalúrgico Lorenzo Miguel y el mandamás de la UOCRA, Rogelio Papagno. El lunes 22, en su debut como titular de la UCR en la Muli-partidaria, firmó el pedido de motar en de derechos civiles”

 

Para comprar el libro

Fragmento del libro

El gesto, si bien marcial y protocolar, no carecía de esas pinceladas de noble amateurismo que por momentos se
apoderaban de la casaquinta de Cura Allievi 55. Después de largas horas de espera, ese “ojo, que ahora custodiamos al presidente” fue el anuncio de un cambio de época. Desde atrás de unos tupidos bigotazos, el oficial en jefe de la custodia se dirigió así a dos subalternos de la Policía Federal que estaban asignados para cuidar al candidato durante las últimas jornadas de la campaña electoral.

Cinco automóviles Ford Falcon con los motores en marcha y las luces de posición encendidas, con esas características patentes porteñas de la letra C (cuya numeración, blanca sobre negro, empieza en 1113), con choferes de sobaquera armada, vestidos de traje y corbata, aguardan detrás del cerco de ligustrina en aquel enclave de Boulogne, donde una numerosa familia de clase media de Chascomús rodea a su integrante más célebre: un hombre de 56 años que no pierde su calma campechana y repite –una y otra vez– “hay que esperar, hay que esperar”, mientras el reducido núcleo de amigos que lo acompaña ya no reprime el “¡vamos, Raúl, carajo!”.

Por azar, Eduardo Metzger atiende el teléfono; una voz de mando lo saluda y le pide que lo comunique con el doctor Alfonsín. “No puede tomar la llamada”, responde el productor.

“Soy el comisario general a cargo de las custodias, transmítale que a partir de este momento el responsable de su custodia es el comisario Omar Tirelli, que ya se está dirigiendo hacia allá”, informa lacónico. Antes de cortar Metzger pide que le deletree el apellido y lo anota. Al productor –el hiperquinético, el de los avisos, los móviles, los éxitos de TV– le tiemblan las piernas. Inmóvil, con el tubo en la mano, repite mentalmente dos veces: dijo presidente.

Ajeno al despliegue policial, el futuro ministro de Economía y Finanzas Públicas, Bernardo Grinspun, grita: “¡Cagaste, Raúl, ganamos!”, y estalla en una ruidosa carcajada que huele más a desahogo que a festejo. María Lorenza Barreneche lo mira sorprendida desde un sillón incómodo y hundido por el paso del tiempo. Por sobre su cabeza pasa un extenso cable de teléfono; el que intenta escuchar es Aldo Neri.

Se trata del mismo aparato blanco con el que Luis Caeiro y Víctor Martínez van a batallar un poco más tarde contra la larga distancia de Entel, pugnando por acceder a los resultados de Córdoba, en una disputa cuerpo a cuerpo por el uso de la línea con los periodistas que dictan aceleradamente sus textos a los editores. Eran tiempos en que las comunicaciones de larga distancia debían solicitarse con antelación a la operadora, no siempre se concretaban, había que esperar varios minutos –a veces incluso horas– para recibir el ansiado llamado que prometía la conexión requerida. Y generalmente la fritura entorpecía el audio.

Neri, futuro ministro de Salud y Acción Social, corta la comunicación entusiasmado y empieza a recorrer la casona. En un momento se distrae frente a una diminuta bandera plástica roja y blanca que alguien olvidó en un ángulo del living, un cotillón de campaña en el que también se puede ver la omnipresente imagen del candidato con las manos entrelazadas por sobre su hombro izquierdo. Baja la mirada y sigue la caminata hasta dar con la persona que buscaba: “Raúl, me acaban de decir que estamos ganando en casi todos lados”. El que había llamado era
Bernardo Neustadt.

La geografía se limitaba a un amplio chalet de una sola planta. En una extensa mesa en el comedor se disponían tartas pascualinas, empanadas, zapallitos rellenos, vinos, gaseosas y aguas sin gas que amortiguaban las tensiones de la espera. El jardín trasero, junto a la pileta de natación, era el lugar elegido por los más jóvenes, que vivían la experiencia de votar por primera vez –y encima a su propio viejo–.

Dentro de la casa había un moderno televisor color, pero habían decidido sumar también otros dos más pequeños, en blanco y negro. Hubo que hacer magia con las antenas para sintonizar las transmisiones de los canales porteños. Con esos tres aparatos en busca de información, las radios del patio posterior sintonizadas en las emisoras líderes, más el apoyo de un par de líneas telefónicas, empezaron a armar el rompecabezas del escrutinio.

Los datos escasos no hacían más que confirmar la certeza que Raúl Alfonsín había intentado transmitir durante la campaña. Él, sin embargo, no perdía su condición de dirigente bonaerense e insistía en reclamar resultados del conurbano –tradicional bastión del peronismo en el cordón industrial colindante con la Capital Federal–. Se servía una copa de vino blanco, comía algo, picaba un poquito más, se quedaba detenido frente a alguna pantalla de TV. Caminaba y pensaba, cargaba con diez kilos de sobrepeso que había sumado en los últimos meses. Entraba y salía de la casona, y los periodistas que deambulaban por el jardín se le acercaban cada vez que lo veían asomarse.

El fin de semana que cambió su vida empezó el sábado en su casa de Chascomús, avenida Lastra 228, con un grupo de periodistas. Un gesto de reconocimiento para ese puñado de gente con el que había compartido sus recorridas. Café con edulcorante en la vieja confitería Achalay (en quechua, qué lindo, qué bueno), que ya había dejado atrás su nombre autóctono por el inglés Fire.

En ese mismo sitio, y con solo 17 años, había reunido a los amigos que lo acompañaron en su primera derrota, la de 1946 con el Movimiento de Intransigencia y Renovación. Un grupito que no superaba los 120 votos pero que plantó bandera frente al establishment partidario.

–Aunque sea con café, pero brindemos por el triunfo –le dijo uno de los cronistas, confiado.

–No, no brindemos. Todavía estamos fruncidos –respondió con una sonrisa.

Y se tomó un minuto para presentarles a su “teacher” de inglés, la hija de uno de sus amigos de la infancia. Luego almorzó en el campo de los Bigatti, su segundo hogar. La siesta, inevitable, fue en su casa. Y por la tarde caminó unas cuadras hasta el comité partidario. Hizo honor a una vieja tradición que algunos medios transformaron en cábala: pasó a saludar a los suyos, que interrumpieron la crucial reunión de fiscales.

La vieja casona en la esquina de Mazzini y Lincoln recibió por última vez al ciudadano de a pie repleta de militantes jóvenes, mujeres y hombres que trabajaban en preparar la logística para la larga jornada. A la noche cenó empanadas y pastas en la casa de los futuros suegros de su hijo Javier, la familia Aldet. Un rato después de medianoche saludó, volvió a su casa y se fue a dormir.

El domingo arrancó muy temprano en su Chascomús natal, una pequeña ciudad de 30 mil habitantes ubicada a una hora y media de la capital argentina. A las 7.30 recibió a un grupo de periodistas en el living. “Dos departamentitos que hizo a instancias de los Goñi”, como caracterizó uno de sus hijos. “Chalets gemelos”, interpretaron los periodistas de La Semana. –¿Nervioso, doctor? –indagó el enviado de Editorial Atlántida, Daniel Cecchini. –No, muchacho. Contento –respondió con el tono de siempre.

El cronista le preguntó qué significaba haber llegado a ese día y la réplica fue inmediata–: El comienzo de cien años de democracia. En ese primer encuentro con el periodismo, alguien insistió con el resultado. “No sé si ganamos, pero no perdemos por goleada”, se limitó a responder en esa charla informal.

A la Escuela Municipal N°1 Juan Galo de Lavalle, en la calle San Martín, llegó a las 9.35 del domingo 30 de octubre. Caminó hasta la primera de las seis mesas dispuestas en el pasillo central, entre un mar de gente en el que se entremezclaban autoridades de mesa, vecinos y militantes con el desembarco de una treintena de fotógrafos, veinte periodistas y camarógrafos de nueve canales de TV que aguardaban para retratar la escena del sobre blanco firmado y cerrado ingresando en la urna de madera fajada –una de las casi ochenta mil urnas-valija diseminadas por todo el país que había diseñado José Pedro Bottai, un inmigrante italiano ganador del concurso público tras la promulgación de la Ley Sáenz Peña, por la que tantos radicales habían muerto en cuatro sucesivas revoluciones armadas–.

En esa pequeña multitud sobresalía una señora visiblemente conmovida que intentaba contener las lágrimas, y cuando alguien se acercó a ofrecerle ayuda ella solo pudo responder que estaba ahí para saludar a su compañero de escuela. Alrededor de la mesa, se posicionaron los cronistas de los canales de Buenos Aires, que habían llegado antes de la apertura y habían hecho un sorteo para determinar quién preguntaría primero: Carlos Barulich de Argentina Televisora Color, Julio César “El Turco” Caram de Canal 9, Alberto Amorosino del 11 y Jorge “Chacho” Marchetti del 13. Este último era el único movilero sin corbata –integrante de una generación de jóvenes radicales que habían organizado la resistencia al Onganiato, tras el golpe a Illia–.

El cronista de ATC llegó temprano porque pidió ir a cubrir el voto de Alfonsín. Lo había conocido en la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos, y había quedado conmovido cuando lo escuchó en el acto de diciembre de 1982 en el Luna Park.

El candidato se tomó menos de un minuto en el cuarto oscuro y no cedió ante la insistencia de fotógrafos y camarógrafos para posar, frente a la urna, con el sobre debidamente cerrado y firmado. Adentro ya estaban puestas las abultadas boletas de la Lista 3, que tenían cinco capítulos. Dos eran blancas, correspondientes a los cargos nacionales, donde debería votar a sus electores, encabezados por su amigo Raúl Borrás; dos celestes, las de los cargos provinciales a gobernador y vice, y de las boletas legislativas de los representantes de la quinta sección electoral, y finalmente la amarilla, que llevaba a los candidatos municipales.

Estrechó la diestra del contador José Álvarez, presidente de mesa, y partió junto a sus tres hijos varones, todos votantes de esa misma mesa. Su uniforme tenía muy poco de protocolar, precisamente porque era netamente dominguero: zapatos negros, pantalón gris, cinturón negro, camisa blanca con un diminuto cuadrillé bordó y campera liviana de gabardina azul oscuro.

De allí, en un Ford Falcon amarillo, salió a la ruta para emprender los 152 kilómetros que lo separaban de San Isidro. Un grupo de periodistas siguió el auto; otros se quedaron entrevistando a los vecinos y vecinas en la escuela. La mujer que lloraba dijo entre sollozos, con tono imperativo y premonitorio: “Póngase contento, acaba de entrevistar al presidente”. Barulich no lo olvidó.

Alfonsín se refugió en esa casa de fin de semana en Boulogne, a cinco cuadras de la Panamericana. Llegó al mediodía para almorzar una tira de asado con ensalada, tomar una copa de vino tinto y esperar el postre (hubo helado). El dueño de casa, el productor televisivo Alfredo Odorisio, aportó la logística. Tras una larga sobremesa, el candidato se fue a descansar a la habitación principal. Persianas bajas y silencios generosos del reducido grupo que deambulaba por el parque completaron la tarde. Entre las 15 y las 18.30 logró dormir.

Un par de horas más tarde ya no estaba rodeado únicamente de familiares y de una treintena de amigos, sino que un puñado de periodistas –los que lo habían acompañado durante los últimos tramos de la campaña por el interior– poblaban la casa. Uno de los hermanos del aún candidato, Guillermo, había sido el encargado de convocarlos a un punto de encuentro reservado: una estación de servicio en Don Torcuato. Hilario Amadeo “Lalo” Molar, de la agencia Diarios y Noticias, junto a su fotógrafo, Dani Yako; Carlos Quirós, de Clarín; Eliseo Álvarez, de Tiempo Argentino; Claudio Bramanti, de la Agencia Noticias Argentinas, y su fotógrafo Norberto González, entre otros, dejaron los autos de sus medios y se montaron en otros que los llevarían a Boulogne. Ya entrada la noche, otros periodistas –los que montaban guardia detrás del cerco de ligustrina desde que se había filtrado el dato de la ubicación del búnker alfonsinista– también se sumaron como cronistas de esas horas definitivas. Todos fueron testigos de ese vuelco histórico en el que siempre –aunque por momentos en soledad– había confiado el mayor de los hermanos Alfonsín.

Ajenas a ese micromundo, las mesas de votación comenzaron a cerrar, y los miles de anónimos fiscales entregaron sus sobres de papel madera, las planillas completadas a mano y firmadas, y por último las actas y urnas lacradas a las autoridades electorales y los hombres y las mujeres de la Empresa Nacional de Correos y Telégrafos. El escrutinio no fue sencillo: después de siete años de dictadura, y a una década de la última compulsa presidencial, la sociedad había perdido la práctica de la participación eleccionaria. Sobraba entusiasmo, faltaba experiencia en los centenares de miles de jóvenes que debutaban como votantes y a la vez como autoridades de mesa o fiscales partidarios. Eran generaciones de chicas y muchachos, de entre 18 y 27 o 28 años, que nunca habían votado.

Al caer la tarde, ATC comenzó la cobertura del escrutinio bajo el título “Argentina elige su futuro”, con cinco unidades móviles dispuestas en la Capital y vía cable coaxial con cada provincia. Las tradicionales ocho mesas de la Antártida abrieron el conteo televisivo y los cómputos fueron: Alfonsín, 102 votos; Luder, 58. A bordo de un Renault 30 gris metalizado, en el que recorría los 228 kilómetros que separan Pergamino de Buenos Aires, Borrás escuchó ese mismo primer número en la radio, y sin alzar la vista les dijo a sus hijos Raúl y Ana: “Ganamos”. Así, sin titubeos ni relecturas, en ese tono apocado que lo caracterizaba. El resultado antártico tenía tres militares de cada cuatro empadronados en actividad de las tres fuerzas y era una muestra representativa de la estructura de oficiales y suboficiales. Si los que sabían que se iba a derogar la autoamnistía lo votaban, la cosa no podía salir mal.

El futuro presidente no permitió la euforia ni el festejo, y mucho menos los excesos. Comenzó con sus habituales caminatas con las manos atrás. Buscaba aflojar tensiones, hacía preguntas pausadas por largos silencios, con los ojos fijos en el piso, evadía el bullicio que empezaba a ganar la escena de esa casa de fin de semana.

Uno de los móviles de la ATC pública transmitió el escrutinio de la Escuela José Gervasio Posadas, un imponente edificio en la Avenida San Juan casi Pichincha, en el barrio de San Cristóbal, zona tradicional de comercios mayoristas, jugueteros, libreros y vendedores de artículos para gastronomía, muchos de origen sirio libanés –los “turcos”, según la simplificación porteña de aquellos años–. Allí, la mesa 1155 femenina (las mesas tenían un parteaguas: el sexo), que escrutó toda la Argentina frente a la TV, blanco y negro en su inmensa mayoría, fue elocuente: habían concurrido 244 mujeres de las 285 inscriptas, y Alfonsín, con 161 votos, triplicaba al peronismo, que sumaba apenas 58 boletas. El hombre que presidía el panel en el piso del estudio era el experimentado Roberto Maidana, quien intentaba poner paños fríos y recordaba que Juan Carlos de Pablo –el “numerólogo”, como lo presentaba– acababa de decirles minutos antes que había que aguardar los cómputos oficiales. En un mix de oficio, reflejos y olfato, durante el corte Maidana (gerente de noticias) le ordenó a Mónica Gutiérrez que partiera hacia la casaquinta de Boulogne.

(…)

Su ensimismamiento se interrumpió cuando decidió dialogar con el pequeño grupo de periodistas que ahora caminaba con él por el jardín. Eran más de las diez de la noche y los flashes de los escasos fotógrafos iluminaban la oscura caminata. Fueron a paso lento en dirección a la cancha de tenis, detrás de la pileta. Los cronistas llevaban el cansancio a cuestas pero sabían que formaban parte de un hecho histórico, ese que iban registrando con sus anotadores y grabadores de mano. Terminaba la dictadura, empezaba la democracia. Nadie sabía por cuánto tiempo, la mayoría votaba por que fuese para siempre.


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