Por Martín Litwak
Desde 2022, The 1841 Foundation -fundación de la que soy presidente- presenta anualmente el
Índice de Infiernos Fiscales, una medición destinada a destacar los marcos jurisdiccionales en
América y Europa.
La información que analizamos proviene del Fondo Monetario Internacional y del
Banco Mundial y no deja dudas: América Latina es el área con mayor concentración de infiernos
tributarios.
Ciertamente, esta es una tendencia que no debería alegrar a nadie. No hace falta más que mirar por
arriba nuestros rankings; la realidad de Latinoamérica salta a la vista y debería preocuparnos -y
preocupar a los gobiernos mucho más de lo que parece hacerlo-.
Sin embargo, hay quienes eligen hacer caso omiso a lo que está pasando, disfrazarlo o intentar
ocultarlo. Pero es imposible y la realidad salta a la vista.
El mapa de América Latina
En los últimos años, Colombia fue el país de la región que adoptó una reforma fiscal más
comprensiva y, obviamente, no fue en el sentido correcto que, como he dicho muchas veces, sería
reducir lo más posible el esfuerzo fiscal de los pagadores de impuestos para maximizar sus ingresos
netos sin comprometer el funcionamiento del Estado.
No. Fue en el sentido contrario. Para sorpresa de nadie, el golpe fue hacia quienes eligen, o elegían,
invertir y apostar al desarrollo del país.
La imposición de una sobretasa en el impuesto a las ganancias que pagan las empresas petroleras y
carboníferas, el impuesto al patrimonio progresivo por cuatro años para las rentas altas y el
aumento impositivo para empresas extranjeras con presencia económica significativa en el país,
fueron las tres claves de esta reforma.
Los otros países de la región que en los últimos años implementaron cambios impositivos
significativos fueron Bolivia y Brasil.
Lo más relevante en el caso de Bolivia fue la creación del “Impuesto a las Grandes Fortunas”,
un impuesto anual sobre el patrimonio que el estado boliviano viene recaudando desde 2021.
En Brasil, por su parte, el congreso aprobó en noviembre el proyecto de ley sobre sociedades
offshore y fondos exclusivos. En ambos casos, más allá de la tasa que se aplica, el gran cambio pasa
por la imposibilidad de diferir el pago de dichos tributos hasta el momento del rescate de las
inversiones de que se trate y la vuelta de los fondos a Brasil.
Argentina, el país que más impuestos tiene, y uno de los que mayor esfuerzo fiscal exige a sus
pagadores de impuestos, también aumentó sus tributos en el último tiempo. Pero
desafortunadamente, esto ya no es noticia.
Mientras tanto, en la región hay grandes desilusiones: países con gobiernos liberales, de los cuales
uno habría esperado bajas relevantes de impuestos, no lo hicieron. Me refiero, obviamente, a
Ecuador y a Uruguay.
De hecho, Ecuador también trajo malas noticias: decidió abrir al público su registro de beneficiarios
finales en 2023, lo que constituye un grave error y, por supuesto, una injerencia en los derechos
fundamentales al respeto a la vida privada ya la protección de datos personales.
Todos mirando a Milei
Es innegable que hoy los ojos están puestos sobre Milei, quien en su campaña electoral manifestó
varias veces que se cortaría un brazo antes de aumentar impuestos y que desde el gobierno sigue
prometiendo una reforma tributaria integral que baje la presión fiscal.
Desafortunadamente, y quizás sea por aquello de que “lo perfecto es enemigo de lo bueno”, por el
momento, el presidente argentino priorizo la baja del gasto.
De hecho, tres días después de haber asumido, se registró el primer aumento de impuestos, que
correspondió al llamado impuesto Para una Argentina Inclusiva y Solidaria (PAIS). Se trata de un
tributo que se abona sobre ciertas operaciones en moneda extranjera.
Unos días más tarde, se aumentó también el impuesto a la compra de autos “de lujo”. Las comillas
resaltan el hecho de que este impuesto se aplica a automóviles desde US$20.000.
Como verán, la situación no es alentadora, ni en Argentina, ni en la región. Aquellos gobiernos de
corte más liberal -de los que podíamos esperar buenas señales- no están cumpliendo muchas de sus
promesas, ni cuidando a los pagadores de impuestos de sus países.
Los demás gobiernos, de los que no esperamos tanto -o nada-, pero sobre los que intentamos no
perder la esperanza, siguen sin sorprendernos.
Si sumamos a estas consideraciones, la creciente demonización de la riqueza que impera en esta
región del mundo y las inmensas grietas políticas que existen en la mayor parte de los países
latinoamericanos, el futuro no promete ser precisamente diáfano para América Latina.
Martín Litwak es abogado en Untitled SLC