El reglamento, la ley y la humanidad
Una diferencia desde la filosofía del derecho. Hoy el Reglamento es el "sistema" que no permite otra cosa. Obviamente el sistema debe estar en función de la ley, y no viceversa
En este extracto literario, se muestra una diferencia entre aplicar un reglamento de manera estricta y mecánica, como lo hace Robineau, y aplicarlo teniendo en cuenta las circunstancias y mostrando compasión, como lo hace Rivière.
Rivière considera que Robineau no es muy inteligente, pero presta grandes servicios porque sigue el reglamento al pie de la letra. Para Robineau, el conocimiento se limita al reglamento y no toma en cuenta otros aspectos o situaciones que puedan surgir. Por ejemplo, cuando hay demoras en las salidas de los aviones debido a la niebla, Robineau no hace excepciones y descuenta las primas de exactitud a pesar de las circunstancias.
Por otro lado, Rivière entiende que la aplicación estricta del reglamento puede ser injusta en algunas ocasiones y que es necesario considerar las condiciones y mostrar compasión. Sin embargo, Rivière también considera que el reglamento es importante porque forma a las personas y les da una estructura en su trabajo. Para él, lo justo o injusto no tiene sentido cuando se trata de los pequeños burgueses o situaciones insignificantes, ya que lo importante es moldear a las personas y darles una voluntad.
Algunas diferencias entre la ley humana y la ley robot
- Reglamento como conocimiento de los hombres y conocimiento del reglamento: Rivière entendía que aplicar el reglamento no solo se trataba de seguir las reglas literalmente, sino de comprender cómo afectan a las personas. Él consideraba que un reglamento, cuando era aplicado por él, se convertía en conocimiento sobre las personas y sus circunstancias. Por otro lado, Robineau solo veía el reglamento como un conjunto de normas a seguir sin tener en cuenta el contexto humano.
- Ley, derecho y compasión: Rivière y Robineau representan dos enfoques diferentes en la aplicación de la ley y el derecho. Rivière parece incorporar la compasión y la empatía en sus decisiones, considerando las circunstancias y posiblemente permitiendo ciertas excepciones en función de las necesidades humanas. Por otro lado, Robineau sigue el reglamento a rajatabla, sin importar las circunstancias o la compasión.
- El papel de la autoridad y la interpretación: Rivière, en su papel de jefe, tiene una autoridad que le permite interpretar y aplicar el reglamento de manera más flexible. A pesar de que puede parecer injusto en algunas ocasiones, su enfoque se basa en una visión más amplia del propósito del reglamento y cómo puede influir en la conducta de las personas.
Extracto de Vuelo Nocturno, Saint Exupery
Rivière decía de él: «No es muy inteligente; por eso presta grandes servicios». Un reglamento hecho por Rivière era, para Rivière, conocimiento de los hombres; mas para Robineau no existía nada más que un conocimiento del reglamento.
«Por todas las salidas retrasadas, Robineau —le había dicho un día Rivière —, debéis descontar las primas de exactitud».
«¿Incluso en caso de fuerza mayor? ¿Incluso debido a la niebla?».
«Incluso debido a la niebla».
Y Robineau se sentía orgulloso de tener un jefe que, por severo, no temía ser injusto. De ese poder, a tal extremo ofensivo, sacaba él mismo cierta majestad.
«Han dado ustedes la salida a las seis quince —repetía más tarde a los jefes de los aeropuertos—, no les podremos pagar su prima».
«Pero, señor Robineau, a las cinco y media ¡no se veía ni a diez metros!». «Es lo que dice el reglamento».
«¡Pero, señor Robineau, no podemos barrer la niebla!».
Y Robineau se atrincheraba en su misterio.
Pertenecía a la dirección. Él sólo, entre esos perinolas, era quien comprendía cómo, castigando a los hombres, se mejoraba el tiempo.
«No piensa nada —decía de él Rivière—; eso le evita pensar mal».
Si un piloto destrozaba un aparato, aquel piloto perdía su prima de conservación.
«Pero ¿y cuando la avería ha tenido lugar encima de un bosque?», se había informado Robineau.
«Encima de un bosque, también».
Y Robineau se lo tenía por dicho.
«Lo deploro —contestaba más tarde a los pilotos, con viva embriaguez—; lo deploro infinitamente; hubiese sido preciso tener la avería en otro lugar».
«Pero, señor Robineau, ¡no se puede escoger!».
«Lo dice el reglamento».
«El reglamento —pensaba Rivière— es como los ritos de una religión, que parecen absurdos pero forman a los hombres». Le era igual que lo tuviesen por justo o por injusto. Tal vez estas palabras ni siquiera tenían sentido para él. Los pequeños burgueses de las pequeñas ciudades dan vueltas, en el crepúsculo, alrededor de su quiosco de música y Rivière pensaba: «¿Justo o injusto, con respecto a ellos?; esto carece de sentido: ellos no existen». El hombre era, para él, cera virgen que se debía moldear. Se debía dar un alma a esa materia, crearle una voluntad. No creía esclavizarlos con dureza, sino lanzarlos fuera de ellos mismos. Si castigaba todo retraso, cometía una injusticia, pero dirigida hacia la salida, la voluntad de cada escala creaba esa voluntad.
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