Un caso judicial real
Mara y Valentín vivieron ocho años de amor, obras compartidas y apoyos económicos, pero su relación terminó en un tenso juicio por dinero. Lo que uno veía como donaciones, el otro consideraba préstamos. La pelea, ya en tribunales, los enfrenta entre reproches y abogados.
Mara y Valentín salían juntos desde hacía ocho años. Él, arquitecto; ella, ingeniera. Se conocieron en una obra, un edificio de oficinas. Aunque los estudios en los que trabajaban competían, entre ellos surgió el amor.
Compartieron varias obras, ya que ambos tenían contratos con sus respectivas empresas. Con el tiempo, se mudaron juntos a un pequeño PH que era de ella. Además de su trabajo, Mara tenía otros negocios, como un local familiar de ropa deportiva, atendido por su hermano.
De vez en cuando, Mara necesitaba dinero para el negocio, y Valentín, que trabajaba en relación de dependencia, le transfería parte de su sueldo, el cual, en ocasiones, alcanzaba para cubrir gastos de la casa también.
Después de años de convivencia, la relación comenzó a desgastarse. Lo que quedaba entre ellos se parecía más a un acuerdo comercial. Ambos empezaron a buscar el amor en otros lados; no eran una pareja abierta, pero estaban explorando.
Un día ocurrió el quiebre. La pelea estalló por el desorden de Valentín, quien dejaba todo tirado en la casa. Mara, viendo su título colgado en el estudio del PH, pensaba: “Si no lo viera, dudaría de que fuera arquitecto… ¡tan desprolijo!”
En medio de la separación, Valentín le demandó a Mara quedarse con Tomi, el perro salchicha arlequino. Ella no quería. Al final, acordaron un régimen 3×4, unos días con cada uno. Valentín se mudó a un departamento cerca para estar próximo a las obras en la zona.
Con el gasto del alquiler, Valentín necesitaba dinero. Recordó todas las transferencias que había hecho a Mara para los gastos del negocio y de su cuñado.
—Quiero que me devuelvas el dinero que te presté —le pidió a Mara—. No era para gastos comunes.
—Curtite —respondió ella—. Te llevás a Tomi, ¿no? Y encima, ni bolilla le das.
El hermano de Mara, Fede, intervino, enviándole mensajes a Valentín: “Entreno jiu-jitsu, ni se te ocurra aparecer. Rajá de acá”. La tensión subió, y Mara bloqueó a Valentín.
Despechado, Valentín inició una acción judicial, reclamando una suma cercana a un millón de pesos en préstamos. Según él, era dinero que le había prestado; para ella, habían sido donaciones o aportes propios de la pareja.
Antes de bloquearlo, Mara le mandó un último mensaje: “No se puede devolver el amor”.
La siguiente noticia que recibiría de él —de aquel que antes le acariciaba el cuello, le planchaba la camisa— fue una carta documento. Y después, otra. Lo legal terminó llevándose lo que quedaba de su historia, como una aspiradora de vacío.
¿Fueron préstamos o donaciones? No habían pactado nada. Los mensajes eran ambiguos, y la única prueba eran las transferencias. Para algunos, el 54.9%, eran donaciones; para el 45.1% restante, préstamos.
Un día, en la obra de Donado, Valentín supervisaba el hormigonado de un edificio multifamiliar inspirado en Le Corbusier, cuando apareció Fede, el cuñado.
—¿Así que te metés con mi hermana? —gritó—. ¿Por qué no me decís las cosas en la cara?
—Hace dos semanas que no me traés a Tomi y encima venís a patotearme.
Se veían las siluetas discutiendo, pero el ruido del camión de cemento silenciaba sus voces. Valentín, flaco, agitaba las manos. Fede, más bajo, se le acercaba. De repente, Fede intentó lanzarle una trompada, que no llegó a destino. Ramón, el encargado de obra, lo detuvo. Federico, a su vez, le lanzó una patada voladora, pero los obreros intervinieron y él se fue corriendo. Valentín temblaba.
Mariano, el director de obra, le tomó la mano a Valentín y le acarició el pelo. Valentín se lo agradeció. En medio de esa escena, Mariano comentó que, según su profesor de derecho en arquitectura, las donaciones no se presumen. Para Mara, en cambio, fueron simplemente ayudas de pareja. El juicio avanzaba.
Tuvieron la audiencia de conciliación para buscar un acuerdo. Valentín insistió en pedir intereses. La abogada de Mara hizo una propuesta, pero el conflicto era sobre cuándo se computarían los intereses. Valentín, abrumado, pensaba en ceder.
La audiencia fue por Zoom. De fondo se oía a Tomi, el salchicha, ladrando. Valentín, con algo de nostalgia, casi aceptaba el acuerdo, aunque Tomi siempre había querido más a Mara. Ella asistía desde el local, sin activar el difuminado en su cámara, en ese mismo local en el que él había ayudado económicamente.
En la misma sala de Valentín estaba Mariano, quien le alcanzaba los mates. Su abogada le sugirió tomar uno; es natural. Valentín negó con la cabeza: no habían llegado a un acuerdo.
—Le dije que si quiere, vamos con los muchachos y lo cagamos a trompadas, y enseguida le devuelven lo suyo —comentó Ramón.
—Gracias, Ramón. Lo que necesito es que terminen la losa del octavo. El viernes hablamos.
Más tarde, de camino a otra obra, Valentín revisó Instagram y vio una publicación: Mara abría un segundo local, y en la foto la abrazaba un diseñador de interiores junto a Fede, el ex cuñado.
—Qué mal gusto para la decoración —pensó.
Al detenerse en un semáforo, recibió un mensaje de Mariano: “Para qué mentir y decirte mañana te hablo si lo que quiero es hablarte ahora”.
Agitado y al borde de sus finanzas, llegó a la obra. Ramón ya había terminado el montante y estaba listo para el ascensor. Valentín recibió una llamada de su abogada:
—Tengo novedades. Resuelvo: Hacer lugar a la demanda promovida por Valentín Nicolás… contra Mara Karina… por la suma de $488,322 con más los intereses que se calcularán desde la fecha de la mora.
—¿GANAMOS? —gritó Valentín— ¡No entiendo!
—Ganamos el capital, pero los intereses serán pocos. Se computan desde mayo, unos meses después de la separación.
—Ah, ok.
Mara también recibió la sentencia. Conocía de derecho, lo comprendió de inmediato y lo maldijo. Tomi soltó un ladrido.
A ninguno le convino apelar la sentencia, así que quedó firme. Valentín buscaba paz y así se lo comentó a Mariano, quien respondió con una cita de Woolf: “No se puede encontrar la paz evitando la vida”.
Suspiraron. Mariano le alcanzó el mate y un trozo de pastafrola. Cerraron YouTube, que acababa de reproducir un anuncio del nuevo local de Mara.
—En treinta días depositan. Debo un mes de expensas y el desarrollador me debe dos meses de honorarios.
—¿Querés que te transfiera algo…?
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